miércoles, 3 de marzo de 2010

"Querido Hermano extranjero..."

Al principio de la democracia, a las películas eróticas extranjeras se les presumía una calidad de la que carecía la producción picante nacional. La industria dedicada a la filmación de ese tipo de cine nació en España a principios del siglo XX (como certifica el hecho de que el Palacio Real en ese tiempo albergara dos colecciones de indudable interés histórico: una de instrumentos de cuerda Stradivarius y otra de pelis porno). Sin embargo la dictadura arrasó con las nalgas españolas en la pantalla y dejó su contemplación al ámbito de la alcoba, el lupanar y la casa del practicante. El cine verde bueno, bueno, tras la muerte de Franco, debía ser danés o francés, como los quesos, y las pelambreras y celulitis de nuestros chicos y chicas tardaron en valorarse como debían.
Treinta años, sin embargo, han servido para que el país sea puntero en ese ámbito, y las "guarreridas españolas" son tan apreciadas en el mundo como las de Wisconsin o Belgrado, si no más. No en vano, multinacionales como Private tienen la sede en nuestro país.
Salvando las distancias, en nuestra Orden estamos un poco como al principio de la democracia: a lo extranjero se le presupone una calidad de la que carece el producto nacional.
Y no digo que, en cuanto a tamaño y organización de las Obediencias no sea así, pero a título individual pues "cada uno es cada uno", y de todo hay en la viña del GADU.
De todos modos, la relación con los hermanos extranjeros acogidos por nuestros Talleres suele obedecer a unos patrones más o menos constantes, y hasta podríamos decir que el perfil de los miembros de allende nuestras fronteras permite clasificar su actitud en diversas categorías.
Un primer intento de clasificación nos mostraría a hermanos oriundos y ya iniciados en la, llamémosle así, "nación madre" de nuestra Obediencia (Reino Unido, Francia...). Mirados con una envidia sana y reverencial, como portadores de la luz primigenia, sus consejos son escuchados como los de un sabio y sus admoniciones son ley. Aunque tengan una cicatriz en la mejilla, un puño napolitano en el bolsillo y se beban el agua de los floreros. Sin embargo su actitud no suele ser prepotente, y las más de las veces son joviales y fraternos. Muchos son jubilados al sol de España que se nos quedan dormiditos en las Tenidas, sobre todo si antes se toman un par de copas.
Luego están los hermanos de centro y sudamérica.
Allí la masonería es profusa, exhuberante, amazónica y diversa. Aparece rimbombante, militar y llena de artesonados; o bien descamisada, indígena y descalza, pero feliz.
El hermano latinoamericano suele venir ya iniciado y revestido de Grados de varios Ritos, con imponentes ancestros de mandiles de oro viejo. Si hay varios hermanos de los Estados Unidos Mexicanos reina la confusión, ya que, invariablemente, sus Logias se llaman "Benito Juárez".
Luego están los hermanos holandeses y escandinavos, altos y de coloradas mejillas, que ni entienden ni hablan una palabra de español pero están siempre presentes en el Templo, cual esfinge, y en los ágapes, como certeros pinchadores de aceitunas y trozos de tortilla de patatas.
El problema del hermano extranjero, al igual que en el caso de los especímenes españoles, es si el hermano en cuestión es un jeta. El porcentaje de rostros acementados en los hermanos extranjeros es, aparentemente, inferior al registrado entre la cabaña nacional. Pero, tanto por nuestra actitud, como por los años de experiencia que nos llevan, cuando sale uno diestro en el manejo del sable, es decir: cuando sale sablista, resultan heridos todos los bolsillos, sacos, carteras, troncos y cuentas. La suerte es que la lidia, en estos casos, suele ser más tranquila y nos estoquean mejor que nuestros congéneres.
El momento Zen suele ser cuando el "hermano" en cuestión, tras deber mensualidades sin cuento, y haber pedido prestado hasta a la mujer de la limpieza, consigue que se le otorgue el monto completo del tronco, o fondo de solidaridad.
Profundamente conmovido, el jeta en cuestión abandona la Tenida, y nos deja con una cara como para fijarla con un spray. "Qué bonita es la solidaridad", murmura alguien.
El autor del post conoció a uno que incluso, después de hacer "bacarrá", nos invitó a las copas.
"Es lo menos que puedo hacer, después de lo bien que os habéis portado conmigo", dijo.

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